El sermón corriente en estos días de profusa propaganda a las economías de mercado, presenta un escenario de creciente homogeniazación entre diferentes regiones del globo, y sobre todo entre nuestros próximos. Supuestamente, desde luego entre los integrantes de los diferentes mercados Comunes podría esperarse una sujeción a reglas parecidas operando sobre estructuras de intercambio equivalentes. Inmediatamente esto hace imaginar que en las diversas regiones de la globalización podríamos escudriñar relaciones semejantes entre salarios, precios y ganancias --para recordar un opúsculo bastante explicativo.
De este modo uno llega a entender la euforia de un amigo neoliberal que descubría al regreso de un viaje, que en Tlaxcala el precio del pan era un poquito superior que en Paris, y que la situación del sector laborante se asemejaba a la de sus congéneres en Nepal.
Buscando examinar de cerca cómo funcionaban estas similitudes, acercamos la lupa a dos países con regímenes que han inspirado al modelo mexicano, o que se han dejado inspirar por él: los casos de Costa Rica y de Chile. Y contra todo lo que se podía suponer, partiendo de los discursos escuchados , nos encontramos con realidades sorprendentemente diferentes. Entendiendo por realidad las estructuras de salarios y precios.
En este análisis no buscamos establecer comparaciones con miras a proclamar ventajas de unas economías sobre otras. Solamente queremos dejar establecidas las notables diferencias que pudimos observar. Y a partir de allí, sostener nuestras dudas sobre la existencia de algo así como un mundo económico homogéneo.
Partimos con el firme recuerdo de la situación económica mexicana, en este momento todavía braceando en medio de una crisis en donde es importante señalar como signo saliente el debilitamiento de la capacidad de compra de gran parte de la población. Aqui también se aprecian presiones inflacionarias. En estas condiciones, claramente los salarios han resbalado de una situación anterior, y los precios han tendido al alza. No obstante se han sostenido margenes de maniobra para el capital, que ha reportado tasas de ganancia, y ha tendido a acumularse y a concentrarse. En el centro de esta situación se colocan con un sentido estratégico, los precios de la tortilla y del frijol, elementos esenciales de la alimentación popular. O también, el precio de una canasta básica que oscila en los 2500 `pesos, algo así como 300 dólares.
Se observa que en México cualquier variación muy subtantiva en estas relaciones podrían precipitar no sólo una catástrofe económica sino también tremendos problemas sociales y políticos. De algún modo la relación entre precios y salarios vienen a ser una expresión ajustada, matemática, de las condiciones generales del conflicto social. Sobre la economía mexicana pesa también con mucha fuerza condiciones de la economía mundial, muy estrechada en términos productivos y demasiada inflada en el terreno financiero.
Ahora si se llega con estas evidencias a algún otro país como Costa Rica, inmediatamente se descubre que a pesar de sus identificaciones neoliberales, no se está ante una continuidad del mismo modelo, que se está ante una economía diferente: allí se ha dado, es cierto, como en México un corte, un verdadero machetazo sobre la estructura socioeconómica heradada de su revolución de 1948. la economía de Costa Rica ha perdido esa calidad de sustrato para la democracia más avanzada de Centroamerica. Ahora por una parte es una economía de ricos consumeristas, y por otra, un país miserable. Esta situación se nota en el propio San José, en donde el centro de la ciudad abriga situaciones de marginalidad, mientras los verdaderos barrios comerciales y residenciales se han corrido y concentrado formando una altura repleta de grandes edificios , sectores residenciales ostentosos y caracoles comerciales donde abunda la circulación de la última moda primermundista.
En Costa Rica el peso mexicano se desploma. Tiene la mitad de su poder adquisitivo. Allí los sectores de la clase media alta, comprendidos los cuadros técnicos, perciben sueldos que les permite seguir pescando en esos mares; no así el sector trabajador, que apenas se alza sobre los mínimos mexicanos. Eso explica la miseria visible. El sistema se defendía en estos días aligerando las responsabilidades del estado a través de la privatización del sistema de Seguridad Social, uno de los más avanzados de Latinoamérica. En Costa Rica, la canasta básica se adquiere casi por el doble (en dólares) que en México, y la modernidad tiene un costo: que gran parte de la población tenga que refugiarse en las astucias de una alimentación desprovista de nutrientes fundamentales. La cocina tradicional, ya ha sido condenada a ser una colección de recetas de lujo, eso hasta con el gallo pinto o el antiguamente popular arroz con camarones o el democrático "casado" o "raisandbins". En resumen, Costa Rica, envuelta en las redes del neoliberalismo y de la globalización exhibe relaciones de precios y salarios, que dejando como en México espacios a la concentración de la riqueza, muestra sin embargo serias diferencias, una falta de homología.
El otro caso es Chile, perla del modelo, con varios años adentrándose en los meandros neoliberales y en diversos ensayos de mercado. Ha estado exhibiendo en los últimos años altos índices de crecimiento, que podrían indicar el avance de una economía saludable. Esos índices sin embargo han tenido una brusca caída este último año. Aquí llama la atención la evolución de los precios. Todavía hace unos tres años se podía establecer parecidos con los precios de México. aquí también hoy en día los dólares y los pesos mexicanos se derriten, cosa que se demuestra este año en la falta de flujos turísticos a pesar de las abundantes y tentadores promociones. El kilo de pan vale aquí tres veces más que en México, y casi el doble que en Europa (calculado en dólares: 650 pesos chilenos, esto es poco más de 1 dólar y medio). Las rentas, la movilización, la electricidad, y otros servicios triplican y hasta quintuplican los equivalentes mexicanos. Una carrera regular en taxi, que en Puebla podría hacerse por 25 centavos de dólar, aqui se hace por 1 dólar.
Hay fenómenos extraños. Como por ejemplo, que buena parte de los artículos de exportación, frutas por ejemplo, se estén vendiendo a precios que hasta duplican su valor en el extranjero. Así es más barato comprar los duraznos chilenos en México que en Chile. No se ve cómo esta suerte de "dumping" podría funcionar en la lógica de un TLC con América del Norte. El hecho interesante es que la ganancia gruesa del comercio "exterior" chileno la está pagando el consumidor chileno. Y éste se defiende recurriendo a una estrategia de sobrevivencia que se reparte entre el "trabajaré más" del caballo de Orwell ( con frecuencia hasta 17 horas diarias) y el recurso ya universal de la tarjeta de crédito. En Chile, la economía marcha acompañada de una inmensa y creciente deuda interna. Todo se puede comprar sin ninguna garantía. Basta la presentación de una credencial de identidad.
En un nuevo resúmen: en Chile el comportamiento de los precios, en parte una función de su modo de incertarse en el mercado mundial y en parte una condicion de la lucha de clases, eleva éstos a niveles que triplican sus equivalencias mexicanas. En cambio, también aquí como en Costa Rica, los salarios del estrato medio alto y alto son substantivamente superiores, mientras hacia abajo opera el multichambismo y el endeudamiento. Claramente esta situación plantea sobre el manejo que tiene cada sector social de sus aspiraciones y del poder . Las diversas condiciones que determinan la fórmula de los valores en cada país, aún dentro de lo que en el tercer mundo viene a ser un declive en acentuación de las condiciones de vida de la mayoría de la población, merecerían una aproximación a la vez estudiosa y política. Lamentablemente las cuentas todavía se llevan en dólares. Es del precio del dólar que nos habla Televisa. Y así y todo se sabe que hay por todas partes pesos sobrevaluados que están resbalando, también con estilos políticos propios. Pero poco se habla de lo que valen --lo que pueden comprar los salarios. La historia tiene que dar muchas vueltas para que los asalariados vengan a proponer su política de precios.
De hecho, la aproximación política existe en las cumbres. La política de endeudamientos privados se había visto en Chile como una inversión social lucrativa para el sistema: se estaba extendiendo mediante el crédito generoso una nueva condición social, la del deudor eterno, más pasivo y temeroso políticamente, una suerte de esclavo, pero que además de trabajo, paga con intereses. Más adelante, a éste lo espera una plétora de financieras que compran sus deudas y le ofrecen rescates a largo plazo y a más subido interés. Estas financieras a su vez, llegado el tiempo, venderán sus paquetes de deudores al extranjero, con alguna garantía fiscal, y habrán trocado deuda privada e interna en deuda pública y externa. Un proceso milagroso de transustanciación que se ha repetido en otros lugares. Sin embargo, todos estos malabarismos no son obstáculo para que siguiendo ejemplos mexicanos se hayan comenzado a instalar asociaciones de deudores en resistencia, o para que toda esta masa haya reaccionado con cierto humor y hasta alegría ante una fuga de una cárcel de alta seguridad: al fin y al cabo, que de quince millones de reclusos, cuatro recuperen su libertad, es para alegrarse. Se espera que hayan salido también de estas infamantes condiciones del mercado. Como se ve, un mercado de señalada heterogeneidad, en donde los productos pueden ser homólogos, pero sujetos a muy dispares condiciones para su adquisición. En otros lugares existen ejemplos de otros manejos políticos "de las políticas de endeudamiento", por ejemplo, las que han llevado al parmanente sostenimiento de la banca por cuenta del tesoro público, y a costas de una constante devaluación de los salarios.
La relación precios, salarios, ganancias articulan la experiencia de la "realidad verdadera" . Y el surgimiento de una historia conflictiva en donde se puede apreciar que bajo el decálogo neoliberal y los extremismos a que llama--sobre todo compresión de salarios-- se convocan fenómenos como la rasgadura de muchos pactos sociales, que a veces conducen a una crisis del Estado. Para allá caminan buena parte de los países de América Latina. Lo que acaba de ocurrir en el Ecuador, es el caso de masas que no pudieron soportar las presiones de las políticas aconsejadas por el FMI. Una rasgadura que se extendió a todo lo largo de la sociedad ecuatoriana. En México, una crisis de orígenes semejantes, ha ido ordenando severas separaciones y al menos el desplome de la vertiente judicial del Estado. El conflicto que sube su temperatura en Argentina, Bolivia, Paraguay, Colombia y Centroamérica, se afinca también en estas diferentes relaciones en donde no sólo está en juego el valor de la moneda, sino el valor objetivo del trabajo, como decir, la posibilidad misma de sobrevivir.